Como era de esperar, las cosas empiezan a desmadrarse. Ariadne no tarda en darse cuenta de que pasa algo raro y Bahuer y Kerr acaban a hostias en el baño. ¡Cómo me gusta escribir este tipo de escenas! Me encantan las peleas sucias, y cuando son entre un tío y una tía en igualdad de condiciones, sin miramientos, todavía más.
Tengo que decir, para mi vergüenza, que cuando planteé esta escena hace mucho tiempo planeaba sobre ella la sombra de un intento de violación. Cuando me puse a escribirla la eliminé sin miramientos; no aportaba absolutamente nada (ya sabemos que Bahuer es un cabrón, ya sabemos que Kerr está en peligro y ya sabemos que quiere hacerla daño y dominarla) y era caer en uno de los clichés que más odio. Así que nada: fuera.
Uno de mis momentos favoritos en este número es cuando Kerr mata al piloto y se deja caer en la silla, agotada. Ahí es cuando está claro que no hay marcha atrás y una vez se disipe la adrenalina habrá que enfrentarse a las consecuencias. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que borracha?
También tengo una debilidad por las escenas de curación de heridas. Creo que esta hace un buen paralelismo con la del número 1 en la que Rurik atiende a Kerr. Son momentos de intimidad y confianza. Kerr confía en Rurik y se permite mostrarle un lado más vulnerable; con Ariadne, aunque no se conozcan tan bien, pasa algo parecido. Además, no es como si Kerr no tuviera mucho por lo que disculparse.
Me parecía importante remarcar el arrepentimiento de Ariadne y su necesidad de hacer todo lo posible por Rashida. Aunque Horizonte Rojo sea un grupo de mercenarios sin escrúpulos que matan a la primera de cambio (o rajan alienígenas para pintar cuadros), aún queda gente normal en el universo. O más o menos normal, que no es que Ariadne sea una santa.