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Creación de mundos fantásticos (II)

En el artículo anterior comenté lo que me parece básico antes de comenzar. Una vez tengamos el esqueleto de lo que precisamos para contar nuestra historia, podemos empezar a meterle carne en los huesos.

Como en el proceso anterior, no hay un orden definido acerca de cómo debe hacerse. En mi caso, todo va surgiendo de manera orgánica y mediante, por así decirlo, sinergias. La religión da lugar a la política, que a su vez da lugar a la historia, que apoya de nuevo a la religión, y así.

5. Divide los territorios

Aunque en tu historia haya reinos, repúblicas o ciudades estado, voy a referirme al término como “país” para abreviar.

Una sola persona no puede gobernar todo el mundo. Incluso aunque sea el caso de un gobierno totalitario que se haya hecho con el poder absoluto, deben existir subdivisiones territoriales que permitan gobernar con éxito.

Todo país debe tener unas fronteras. Por lo general, las fronteras dependen de la orografía. La costa, un río, una cordillera… Nada dice mejor “párate aquí” que un accidente geográfico visible y de franqueabilidad complicada. Sin embargo, es muy improbable que todas las fronteras de tu país sean así. En el caso de España, es evidente que los Pirineos marcan el límite norte, pero… ¿qué pasa con Portugal? ¿Ceuta y Melilla? ¿Canarias? ¿Gibraltar? Estas fronteras provienen de la historia, los conflictos armados y las conquistas. Hasta hace 50 años poseíamos colonias en África. ¡Eso no es nada! Y, a día de hoy, aún se mantiene la tensión con Inglaterra por el Peñón de Gibraltar, algo que comenzó en 1713.

Cuando estableces fronteras distintas a las geográficas (y deberías), estás escribiendo sobre la historia del mundo. ¿Cuándo tomó el país A esa isla frente a la costa del país B? ¿Cómo? ¿Qué opinan ahora de ello? ¿Daría lugar a un conflicto si el país B quisiera recuperarla? ¿Y qué pasa si el país A pretende usar esa isla como punta de lanza para una invasión a gran escala?

6. Religión, religión, religión

No hay motivo más claro para alianzas y enemistades que la religión. No puedo pensar en ninguna civilización que no haya tenido alguna creencia espiritual más o menos compleja. Es algo que surge de la misma Humanidad. Aquellos que crean lo mismo se unirán para luchar contra los que creen distinto… y si entre los que creen lo mismo hay disidentes, vuelve a aparecer un conflicto. ¡Es una semilla de trama estupenda!

elantris

En Elantris, el tipo de rojo es un sacerdote que viene a convertir Arelon por las malas o por las buenas…

Cuando definas las religiones del mundo, debes pensar no solo en lo que tú sabes que ha ocurrido (porque, después de todo, es fantasía y hasta los dioses pueden ser reales), sino en lo que los fieles creen que ha ocurrido. A no ser que los dioses tengan influencia real sobre el mundo, lo más probable es que se erija un sistema eclesiástico cuyo objetivo sea expandir y reglar la doctrina religiosa… explicada por ellos mismos.

Hasta la llegada del monoteísmo, la espiritualidad se centraba en explicar los fenómenos naturales. Los primeros dioses fueron los astros del cielo. Después, la búsqueda de respuestas dio lugar a otros dioses menores. El politeísmo griego tenía dioses y semidioses para absolutamente todo, y los romanos no solo veneraban una versión distinta de estos mitos, sino también a sus ancestros. No tienes por qué cerrarte a lo que ya está más que mascado en la fantasía (generalmente, el politeísmo por esferas, à la griega). Prueba cosas diferentes e investiga.

7. Define a la gente

Te apuesto, a que si abres un libro de fantasía al azar y lees sobre la ambientación, vas a encontrarte con que la población es mayoritariamente blanca, humana/humanoide y sus creencias y filosofías son casi iguales a las del mundo occidental. No falla. Y no es que esté mal que sea así, pero… ¿por qué ceñirnos a lo que ya se ha hecho tantísimas veces?

Las etnias humanas son tan variadas como pueden serlo. A menudo somos capaces de distinguir la raza de otra persona a simple vista, pero no siempre. Estamos tan mezclados que sería muy arriesgado afirmar que nuestros ancestros se han parecido siempre a nosotros. La población ha sufrido cambios innumerables. Ha habido epidemias, inmigración, guerras e intercambios culturales. ¿Por qué no hacer lo mismo en tu caso?

Tal vez el país de tu historia tenga una mayoría de la etnia A, pero en una zona la etnia B sea muy habitual. La etnia C entró a formar parte del conglomerado de la población como refugiados de guerra. La cosa es no limitarse.

De igual manera, ¿por qué quedarse en la combinación humano/elfo/enano/mediano? ¿Por qué no probar un mundo solo de humanos, o solo de elfos? ¿Por qué no hacer de los elfos unas criaturas sanguinarias y bestiales en lugar de los seres etéreos que describió Tolkien? ¿Por qué no introducir una raza de reptiles civilizados? ¿Medusas flotantes y telépatas?

Recuerda: tu mundo no tiene por qué ser como otros mundos.

8. En lo posible, evita los maniqueísmos

Es muy fácil hablar de un Malvado Imperio del Mal y de un Reino del Bien Ilimitado. De una tierra dominada por los volcanes y las criaturas del caos y de otra de fértiles valles y verdes praderas donde reina la libertad.

Es muy fácil… y muy aburrido.

Para los reinos cristianos, los vikingos fueron bestias. Sus maneras de pensar nos son alienígenas incluso a día de hoy. Durante gran parte de su historia se dedicaron a invadir, extorsionar y saquear a sus vecinos, pero eso no significa que fuesen malvados. Sencillamente, el bienestar de sus familiares y seres queridos dependían de atacar otros territorios. Creían que hacían bien.

Para África, los europeos éramos langostas que llegábamos y arrasábamos, reconfigurando el paisaje y sus territorios como mejor nos pareciera. Nosotros lo hacíamos por el progreso y por enriquecernos. Nuestras religiones predican el amor y la compasión… y aún así cometimos atrocidades como la esclavitud.

La ganancia de un territorio es la pérdida de otro. Ningún país es absolutamente pacífico y bueno, y tampoco malo. Ninguna raza es buena o mala per sé. Los intereses a menudo chocan y eso genera el conflicto. No lo olvides.

¿Por qué escribir?

¿Y por qué no?

Vale, tal vez una respuesta a la gallega no sea lo que estabas buscando, pero todo se reduce a eso. Si estás leyendo este post, probablemente hayas tenido ganas de escribir una historia alguna vez. Un relato corto, quizás, pero seguro que una novela. Qué digo una novela: ¡una saga épica! 3000 páginas, o más, que detallen la increíble historia sobre la que has estado pensando los últimos años.

Mi propia experiencia acerca del deseo de escribir comenzó cuando tendría unos seis años. Tengo el recuerdo difuso de Mariano, mi gran maestro (ese que espero que todos hayamos tenido), proponiéndonos que escribiéramos una historia. Creo que también teníamos que encuadernarla en cartulina. Yo no sólo escribí una: escribí tres o cuatro. No recuerdo sobre qué trataban, pero sé que me fascinó la posibilidad de crear eso que me encantaba, que eran los libros.

Lo siguiente que recuerdo es que, con ocho o nueve años, tuve el deseo y la inspiración de escribir una historia de verdad. Una novela sobre un niño en la selva, me parece. Se fue tan pronto como volvió, pero se convirtió en el germen de las fantasías que me acompañarían en los años siguientes.

¿Alguien se acuerda del Curso de Informática por fascículos? Mi primer inicio de historia fue en el procesador de textos que traía, el Letraguay. Era un pastiche de los Power Rangers, Cazadores en la Red y alguna cosa más, todo desde la óptica de una niña a la que le encantaban los videojuegos y las “cosas tecnológicas”. Ni qué decir tiene que empezaba con la protagonista, a todas luces desprovista de personalidad, describiendo su triste infancia y su apariencia física.

Sí, todos hemos estado ahí.

Y después de varios intentos, una frustración importante ante mi incapacidad de acabar nada y la certeza de que no volvería a escribir jamás, un día me puse a ello.

El motivo  fue que Alba Lanuza, una de mis amigas íntimas, me enseñó en el instituto su borrador de novela. Era infumable, llena de clichés, con un estilo muy poco pulido y alejado del mío. Mi yo de 16 años vio las 150.000 palabras de historia más que mejorable… y se murió de envidia.

¿Por qué alguien podía dedicarse tan a fondo a algo que a mi juicio estaba mal y yo no conseguía juntar más de un par de capítulos antes de morir de vergüenza? ¿Por qué mi amiga había logrado algo tan bueno, a pesar de los errores, y yo no?

En las dos semanas siguientes escribí una novela corta. Seis meses después, escribí una novela de fantasía larga. Un año después, escribí una novela algo más corta y completamente horrible.

Sí, la chispa que me llevó a escribir fue la envidia mezclada con la arrogancia. Porque si una amiga podía hacer algo que yo amaba peor que yo, ¿qué era lo que me impedía hacer lo mismo? Hoy en día se ha convertido en una escritora maravillosa cuyo estilo me encandila. Todo el mundo hemos tenido 16 años y un cuaderno lleno de héroes llenos de angst, agujeros de trama y clichés. La técnica se aprende y se mejora. Lo que cuenta es el deseo.

Así que, ¿por qué escribir?

Porque el que quiere escribir, lo necesita. Porque es un deseo que se te mete debajo de la piel. Los escritores tenemos siempre la sombra de una historia planeando sobre nuestras cabezas. Cualquier imagen puede incitar la inspiración y, de pronto, obligarnos a tomar notas. Solemos poseer los retazos de una película que vemos incansablemente y que, por desgracia, nunca acaba pareciéndose a lo que sacamos al papel.

 

Si estás leyendo esto, seguro que tienes una historia. Si no sabes por qué escribirla, no lo pienses y hazlo. Exorcízala. Dale una buena paliza y sácatela de dentro. Es lo que quieres y lo que necesitas. El resto son excusas.

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Y sí, la página en blanco es como asomarte a un abismo… pero nadie te pide que saltes. Con material de escalada puedes descenderlo. Tal vez sea tan fácil y rápido como hacer rápel, o tan lento y cuidadoso como el senderismo. Lo que importa es llegar al fondo. Cuando mires de nuevo arriba, verás dónde te encontrabas. Joder, qué alto estabas, ¿eh?