Cómo escribí La promesa

En general, los relatos se me hacen difíciles. No soy buena ni leyéndolos ni escribiéndolos, y aunque reconozco que hay algunos estupendos y maravillosos (a la cabeza me vienen las antologías de Roald Dahl y su asesinato con la pata de cordero congelada), por lo general no puedo con ellos. Me pasa igual con las series y las películas. Si me preguntas, nunca tengo tiempo o ganas de ver una película… Pero soy capaz de tragarme una serie entera en una semana si me engancha. Siempre he tendido hacia el largo, porque me gusta enamorarme de las historias y viajar con los personajes. Cambiar con ellos. Perderme una tarde en un libro con las orejas encendidas y la cabeza embotada y no saber ni la hora que es afuera.

También es cierto que escribir cosas realistas me apoltrona. Lo digo siempre: soy una romántica que huye hacia tiempos ignotos para escapar de la realidad. No me gusta escribir sobre mi entorno, ni sobre mí misma y, aunque lo he intentado, las historias se me acaban congelando en los dedos en cuanto tarda demasiado en aparecer una cota de mallas o un fusil láser.

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Ilustración de la loba-mujer, de Cano. ¡Gracias, artista!

Entonces, ¿qué demonios hago escribiendo La promesa? Eso me preguntaba mientras le daba vueltas a la trama y a los personajes y a la débil idea que había formado mientras intentaba dormir en un autobús camino de Madrid, varios meses atrás.

Quería explorar el cuento de Caperucita desde otra perspectiva. Me gustaba la idea de jugar con la leyenda de la mujer lobo dándole un giro. No son humanas que sufren un cambio bestial, sino lobas que se convierten en seres desprotegidos, sin pelo y sin dientes, que adquieren pensamientos abstractos y el concepto de acción y consecuencia. Que descubren la complejidad de los sentimientos humanos y sus recovecos y se dejan llevar por ellos. Todo eso es llevar un personaje Lupus en Hombre Lobo: El Apocalipsis, algo que me inspiró para escribirlo.

Fue un parto muy difícil y estuve cerca de tirar la toalla, de verdad. No parecía que nada funcionase, ni que el relato tuviera sustancia… hasta que me di cuenta de que la llave era yo misma y mis experiencias.

Nunca he conocido a una loba-mujer y ninguna de mis abuelas tiene una casa en el campo. Tampoco estoy prometida con un idiota. Mi madre vive conmigo. En cambio, sí sé cómo es despellejarse las rodillas al resbalarse en el grijo, y cómo llueve en Cantabria. A qué huele el campo por las noches, cómo se ven las estrellas. Cómo es tener amigos a los que sólo ves en verano y a los que has olvidado, y llevar el pelo corto como un chico y comer helados hasta reventar. Y también sé lo que es ser una niña y estar triste, o al menos recordarse triste.

Probablemente, La promesa sea de mis trabajos más personales y que más pueden hablar de mí. De no haber sido por Instinto animal, no creo que lo hubiese escrito nunca. Recordad que podéis leer mi relato y el de otros 14 escritorazos en la antología. ¡Ahora en versión papel!

3 comentarios

  1. Piteas dice:

    Muchas gracias!

    Me encanta e inspira que autores hagan análisis acerca de como han escrito sus relatos o libros. No sólo «manuales» (que considero importantes) sino crónicas del doloroso proceso.

    A leerme el relato, pues!

Comentarios cerrados.