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Sexism is over

5 tópicos sexistas que estoy harta de ver en la ficción

Soy consumidora de un género que en sus albores era más bien… digamos que antiguo. No puedo pedirle a El señor de los anillos que introduzca más diversidad en la plantilla porque bueno, está escrito hace sesenta años. Sé que no se pueden pedir milagros por mucho que tanto la fantasía como la ciencia ficción tuviesen a mujeres como autoras pioneras, pero creo que las nuevas generaciones de escritores deberíamos aprender de los errores de otros.

Aunque cada vez se hace mejor, algunos tópicos permanecen en el inconsciente colectivo. En ocasiones es difícil de notar. Quien esté libre de sexismo de manera absoluta que tire la primera piedra. Yo no puedo. Lo que sí hago es esforzarme por revisar mis propias ideas, buscar el origen y evaluarlas.

Siempre he creído que las cosas irán mejorando. Star Wars: El despertar de la fuerza y Mad Max: Fury Road son sólo pequeñas muestras de grandes avances. Dentro de varias décadas, es probable que ni nos acordemos de todo esto, pero en el presente es necesario señalar dónde nos equivocamos. Así que, sin más preámbulos, os muestro esta lista de cosas «pequeñas» que me hacen chirriar los dientes. Me centro, sobre todo, en tópicos referentes a las Mujeres fuertestípicas. Hay otros tópicos igualmente horrendos aplicables a personajes que no saben luchar, pero de momento me quedo con:

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Lo que aprendí al revisar mis primeras novelas

El año en que cumplí los dieciséis escribí tres novelas. Tres. Pasé de una producción literaria mínima (aunque escribía todos los días en foros interpretativos de rol, lo que es un ejercicio fantástico para aprender a redactar y desarrollar personajes) a crear como una bestia. Nunca, hasta ese momento, había terminado nada. Todo lo que había empezado había quedado en agua de borrajas, pero de pronto mis ideas sueltas se convertían en historias completas. Owk lleah!11 ¿No?

La calidad y la originalidad eran… bueno. Digamos que al menos estaban terminadas.

Me tomaba muy en serio aquellas novelas. Escribía todos los días, a menudo varias veces al día. Estaba completamente enamorada de esas historias. Quería publicar. Quería que todo el mundo las leyera. Estaba escribiendo. Era escritora, ¡al fin!

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¡Soy la mejor autora del universo! ¡Paso de corregir el borrador, está estupendo!

Con el paso del tiempo, a medida que leía otras cosas, me fui dando cuenta de que mis novelas no estaban bien. Ahora me doy cuenta de que una de ellas podría salvarse con una reescritura salvaje, pero las otras dos son copias de copias sin sentido propio. Era todo tan naïf, con mi propia inocencia y deseo de que estuviera bien para apañar los agujeros de trama, con mis “adoro esta historia, así que funciona porque sí”, que sólo podría haberlo escrito una persona de dieciséis años. Muy madura y con una capacidad de redacción superior a la media, pero de dieciséis años. Sin experiencia en el mundo ni en la literatura, y sobre todo sin la voluntad de esforzarme hasta dar lo mejor de mí, demasiado centrada en la necesidad de ser leída como para darme cuenta de que era mejor ser leída bien.

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Cómo escribí La promesa

En general, los relatos se me hacen difíciles. No soy buena ni leyéndolos ni escribiéndolos, y aunque reconozco que hay algunos estupendos y maravillosos (a la cabeza me vienen las antologías de Roald Dahl y su asesinato con la pata de cordero congelada), por lo general no puedo con ellos. Me pasa igual con las series y las películas. Si me preguntas, nunca tengo tiempo o ganas de ver una película… Pero soy capaz de tragarme una serie entera en una semana si me engancha. Siempre he tendido hacia el largo, porque me gusta enamorarme de las historias y viajar con los personajes. Cambiar con ellos. Perderme una tarde en un libro con las orejas encendidas y la cabeza embotada y no saber ni la hora que es afuera.

También es cierto que escribir cosas realistas me apoltrona. Lo digo siempre: soy una romántica que huye hacia tiempos ignotos para escapar de la realidad. No me gusta escribir sobre mi entorno, ni sobre mí misma y, aunque lo he intentado, las historias se me acaban congelando en los dedos en cuanto tarda demasiado en aparecer una cota de mallas o un fusil láser.

loba-mujer

Ilustración de la loba-mujer, de Cano. ¡Gracias, artista!

Entonces, ¿qué demonios hago escribiendo La promesa? Eso me preguntaba mientras le daba vueltas a la trama y a los personajes y a la débil idea que había formado mientras intentaba dormir en un autobús camino de Madrid, varios meses atrás.

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